Un texto de Rocío, nuestra directora, sobre nuestro próximo espectáculo: «La Vendedora de Fósforos», que presentaremos el 12 de diciembre en el Teatro Eugene O´Neill.

Acabo de estar en el diminuto taller de costura de Annia y por un momento me traslado al espectáculo que estamos preparando con tanto afán para el doce de Diciembre. Telas de colores cuidadosamente cortadas, colocadas en cualquier espacio disponible esperando su turno para ser acariciadas y cosidas con paciencia. Imagino cómo se verá la puesta en escena: La vendedora de fósforos, del escritor Hans Christian Andersen. Un hermoso cuento de Navidad que no pierde vigencia en el contenido de su relato y que espero conmueva a quienes nos observan, para que el sentido de las fiestas de fin de año sea un poquito distinto.

Igual que Annia con el vestuario, sé del trabajo a veces un poco agobiante de las bailaoras, que esperan dar lo mejor de si cada año cuando tienen la oportunidad de mostrar su trabajo en un escenario. A veces el cansancio les gana la partida en los ensayos y se vuelve  difícil si no es que casi imposible focalizar la atención y proseguir con el montaje. Pero admiro su constancia, el empeño y el cariño que ponen en cada una de estos proyectos en los que nos aventuramos.

Este año quisimos contar un cuento de Navidad, hacer una adaptación al baile para no contarlo con palabras. El relato tiene tonos distintos de estados de ánimo, lo cual permite explorar las posibilidades y ofrecer una gama diferente de sensaciones a quienes nos miran: La vendedora de fósforos, el personaje en torno a quien gira la historia, es en si misma un torbellino de sentimientos que emigra desde la soledad y la tristeza, hasta la alegría desbordante y repentina. Por otro lado el fuego, con un poder seductor y un poco malévolo,  que permite en medio de su luz las visiones más deseadas para la muchacha que está en un proceso de muerte. Su madre que en forma de ser de luz hace el proceso de acompañamiento junto con el ángel, y finamente la muerte, que de alguna forma conforta y alivia la situación terrenal de la vendedora de fósforos.

En medio de todos estos personajes están aquellos que se encargan de darle vida a las visiones de la fosforera, de acrecentar la sensación de soledad o al contrario, de ofrecerle compañía. Un poco como los encajes y los detalles de los vestuarios en el taller de Annia, elementos que permiten completar el cuento, iluminarlo con diferentes tonalidades hasta darle el acabado perfecto: las vendedoras y los clientes en el mercado, las anfitrionas y las invitadas a la fiesta, los seres de luz que ofrecen su compañía de forma visible o invisible…

Y ahora que está  finalizando el proceso de montaje coreográfico viene la parte más difícil: el ensamble con los músicos, quienes han trabajado para ir construyendo la música de la historia. Son ensayos largos, un poco frustrantes al principio, cuando las cosas no salen como las imaginamos y cuesta trabajo engranar las partes. Para las bailaoras está además la presión de nuestra directora escénica, algo que nos cuesta mucho manejar. Pero con cariño, con paciencia, apoyándonos entre todos, y con el deseo de mostrar un espectáculo hermoso estoy segura que daremos la talla para aquellos que nos acompañen  el doce de diciembre en esta puesta en escena.