Por Rocío

Los cuentos son ventanas mágicas que aparecen en lo cotidiano para refrescar el espíritu. Cuando alguien tiene la delicadeza de sacar tiempo para sentarse con dulzura y contarle un cuento a un niño, le da una muestra de amor que atesorará para toda la vida y le permitirá soñar y crear personajes fantásticos en un mundo paralelo donde elaborará al detalle hasta el color del sombrero del protagonista de la historia.

Mis abuelos Lela y Lelo, tuvieron ese detalle para mí. Me contaron muchos muchos cuentos como sólo los abuelos pueden contarlos y todavía de mayor, de vez en cuando le he pedido a mi Lelo que por favor me cuente una historia sin importar el número de veces que durante mi vida la he escuchado. Aunque no recuerdo particularmente que me contara el cuento de
LA VENDEDORA DE FÓSFOROS, sí tengo en la memoria dos de mis favoritos, escritos también por Hans Christian Andersen en 1835 y 1837, son la Princesa y el Guisante, y El Traje nuevo del Emperador. Este último me causaba mucha risa y mientras escribo, mentalmente me traslado al momento en que mis hermanos y yo nos arrebujábamos entre las cobijas pegaditos a nuestro Lelo con el cuarto ya a oscuras, para escuchar atentamente el cuento antes de dormir.

Estar trabajando con LA VENDEDORA DE FÒSFOROS de manera inevitable me recuerda a mi abuelo constantemente y me siento afortunada de la posibilidad casi mágica de llevar hasta el espectador mi visión personal de este cuento, la cual se enriquece día con día con los nuevos aportes tanto propios como de algunos de los miembros de Al Andalus. Pero si bien en la construcción de la puesta en escena el baile, la música, las luces son importantes, para que las sensaciones del cuento se magnifiquen pero sin perder la estética, es indispensable vestir la historia.

El diseño de los trajes es complejo pero es una de las tareas que más disfruto y de vez en cuando me río sola al pensar en el empeño de mi abuela por enseñarme a coser a máquina y en mi negación a esa tarea particular cuando a mis 10 u once años, me parecía algo extremadamente difícil y aburrido. Sin embargo, debo admitir que me hubiera gustado aprender, pero como no sé ni cómo enhebrar el hilo en la máquina para ponerla a trabajar, hay una persona encargada de esta ardua tarea.

Nuestra vestuarista se llama Annia Amador y es una mujer admirable, que en un diminuto taller de costura produce y produce faldas, vestidos, vuelos, delantales y camisas, desde el mes de julio sin parar. Aunque fue hace poco (unos 3 años) que se integró a la familia Al Andalus y se puso por primera vez en contacto con el flamenco, y a pesar de que ella lo niegue, se enamoró perdidamente de él, sobre todo por la libertad para plasmar su visión personal sobre
este arte en los trajes de las bailaoras.

Juntas las dos (Annia y yo), hacemos un buen equipo de diseño. Adoro buscar telas, imaginar con trocitos de colores en las manos cómo quedarán finalmente los vestidos, hacer pruebas (yo soy su conejillo de indias) y crear los detalles finales para que la estética sea perfecta. Es un trabajo difícil porque a veces las bailaoras no tienen visión del espectáculo y no logran
dimensionar una pieza de vestuario dentro del contexto del cuento. Entonces toca hacerse oídos sordos a algunas críticas de colores o diseños y aguantarse unas cuantas malas caras. A veces se resiente un poquito porque hace su trabajo con mucho cariño, pero yo le subo los ánimos porque sé que al final todos quedarán muy satisfechos con su labor.

Para LA VENDEDORA DE FÓSFOROS se crearon 7 cambios de vestuario, combinando los colores para tratar de emular los estados de ánimo de la protagonista de la historia y para caracterizar a los personajes de tal manera que, sin salirnos del vestuario tradicional flamenco (dado que las fusiones y yo no nos llevamos bien), el espectador pueda identificarlos apropiadamente y dar seguimiento a una historia de Navidad poco conocida.

Ayer en su taller Annia rehacía pretinas, ajustaba pinzas, agregaba vuelos y se proponía hacer la prueba para el vestuario de El Fuego, que es ya el último traje que tiene que coser para esta temporada. Su dedicación y su preocupación porque todo salga bien se terminan con las ganas de ver acabado su trabajo y de tener en su mano las entradas para finalmente disfrutar desde la butaca del teatro.

Así se afinan los detalles para el 12 de Diciembre, ya el cuento de LA VENDEDORA DE FÓSFOROS está hermosamente vestido y poco a poco como piezas de un rompecabezas se va armando la visión general del cuento. Ese ambiente fuera de la realidad, casi intangible, tan mágico, que con gusto Al Andalus contará a todos aquellos a quienes les guste muchísimo que alguien les cuente un cuento.