El cuento de Hans Christian Andersen, adaptado por Rocío.

Era el día de Nochebuena y una muchacha se despertó en la calle con hambre y frío. Un día más en que tenía que salir a ganarse el sustento vendiendo fósforos.

En el mercado, todos se veían muy alegres en medio del ajetreo de las fiestas, haciendo las compras para preparar los últimos detalles de la cena. En cambio para ella el día no era tan alegre: nadie le compraba fósforos siquiera por caridad. Con resignación y a medida que las calles iban quedando vacías, se sienta en una esquina de la pared para protegerse del frío y decide calentarse con los fósforos de su canasto. Enciende el primero y la llama piadosa la trasporta como en un sueño a la fiesta de Nochebuena en una casa de la ciudad. ¡Qué luz tan hermosa! ¡Cuánta gente! ¡Cuánta alegría! Había comida y regalos por todas partes…. La visión era muy hermosa y cuando estaba a punto de entrar a la casa para poder calentarse y comer… el fósforo se apaga dejándola de nuevo en la oscuridad.

Entonces decide encender un nuevo fósforo. La llama naranja la transporta de nuevo a un lugar m aravilloso, donde la calidez y el cariño podían sentirse a flor de piel. La vendedora de fósforos casi no daba crédito a lo que veían sus ojos: su mamá que hacía ya varios años que había partido al cielo, está allí frente a ella, tan
hermosa como la recordaba. Por un momento se olvida de su condición en la calle y sólo puede concentrarse en esa visión tan real que tiene frente a sí. ¿Cómo puede ser posible? Entonces decide levantarse para ir al encuentro de su madre y cuando estaba a punto de abrazarla…la llama del fósforo se apaga y la deja de nuevamente a oscuras.

Desesperada busca su canasto y con dificultad, porque tiembla de frío, toma los fósforos para encenderlos. Ya están humedecidos y no logra encenderlos. Los frota fuertemente y enciende uno, dos, tres… pero las llamitas no son suficientes para hacerla entrar en calor y no logra recuperar la visión de su madre. La intensidad del frío aumenta y a medida que pierde la conciencia aparecen ante sus ojos seres de luz que vienen por ella. Aunque la muerte se acerca, la vendedora de fósforos finalmente se siente tranquila, su angustia y su dolor desaparecen, y su madre, que tanta falta le hace, llega por ella para llevarla hasta el cielo, donde no tendrá más frío, ni más hambre, ni más dolor.
Cuando llegó el día de Navidad, allí en una esquina de la calle, estaba la vendedora de fósforos acurrucada con una sonrisa en los labios y a su lado un canasto lleno de cerillas que habían ardido por completo.

-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.

Pero nadie supo nunca las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su madre en el reino de los cielos.