Estos meses han sido difíciles. No guardo mis zapatos en el armario porque sé que no debo, porque he aprendido que en los momentos en los que siento que no puedo más, siempre está el flamenco. Sin embargo, no recuerdo en estos casi 30 años de AlÁndalus, haber vivido tanta incertidumbre y tanto dolor compartido por un futuro país a corto y mediano plazo que aún no visualizo.  Sin embargo, las personas que han construido conmigo este camino son mis recordatorios constantes de por qué es un deber arrullar la esperanza.  

No hace más de dos días, en una conversación a punta de mensajes de audio en el teléfono, me queda grabada una frase: “La mujer flamenca se construye” y en el análisis de esa construcción, con la experiencia de años acumulada, puedo citar adjetivos que dan el “poderío” necesario (como dirían los flamencos), que resultan en que  alguien se considere capaz de alcanzar inalcanzables, pero al mismo tiempo se abraza con esa ternura “jonda” donde se reconoce y se sostiene para seguir. Esas son mis mujeres flamencas, las que habitan la Casa AlÁndalus.

Es precisamente por cada una de ellas que arrullo la esperanza con una nana flamenca con la voz en un hilo de susurros, pero la arrullo. Hay que seguir bailando, para bailar con y por la vida, para seguir soñando y confiando en que si somos solidarios y trabajamos mano a mano, cada quien desde donde pueda, vamos a salir adelante.

Por: Rocío González Urrutia. Directora Al Ándalus Flamenco.