Confieso que escribir no es una de mis virtudes, sin embargo, dentro de estos experimentos propios del construirse, hoy me animo a contar un poco de lo que ocurre dentro de mi revuelta cabeza. 

Pocas son las veces, que me siento con total transparencia, a contar lo que se vive desde mis zapatos. Quizá no sea una historia, de esas elaborada para el cine, pero cada vez que miro el camino recorrido; pienso en que, nada de lo que sucede hoy sería lo mismo, sino no hubiese pasado por ahí.
Hace ya, casi seis años que empecé a caminar con el flamenco. Todo inició con una búsqueda de alternativas que hicieran mejor mi salud. Ya cansada de ser cliente frecuente del médico y los hospitales y una fan de los antibióticos, recuerdo, que en una reunión familiar, uno de mis primos sugirió que una terapia como la música, el deporte o el baile; podía llegar hacer una diferencia.

Motivada entonces por esto, me dedique unos cuantos días a buscar información, sin tener mucho éxito al respecto. Para suerte mía, un día de tantos, me proponía a dar un saludo de navidad o año nuevo, a una de mis amigas del colegio y justo en su muro de Facebook, me encontré un anuncio publicado por su hermana, que invitaba a tomar clases de sevillanas a inicio de año en su escuela. Fueron minutos y con una llamada ya estaba inscrita en clases.

Como es tradicional en mí, lo primero que pensé fue en los zapatos. Confieso, que es una de mis debilidades y que gozo de contar, con una cantidad algo desproporcionada. Pero lejos de ser este el motivo principal, tenía claro que había una conexión especial entre ellos y mi nuevo propósito.

Aunque los primeros zapatos de flamenco que usé fueron prestados, cuando tuve mi primer par, supe que ese era el inicio de una maravillosa aventura. No puedo negar, que se me escapa una lagrimilla, cuando recuerdo a mi papa, de camino a recoger mis zapatos, que me decía: “Espero que esto no lo dejes tirado”; con un tomo de incertidumbre, ya que para esas épocas, era común en mí, el no mantenerme en algo que iniciaba.

Lo que mi papá no sabía, era que estaba realizando una de las mejores inversiones de su vida y de la mía también. Poco a poco el flamenco, se fue tornando en una especie de medicina que empezaba a restaurar muchas áreas de mi vida, que habían sufrido, quizá por decisiones no muy acertadas de mi parte.
Autoconfianza, fue uno de los primero espacios restaurados; imagen clara y seguridad de mi misma, ya no era una debilidad latente. Luego fueron otros, como la capacidad ser más participativa en mi entorno, o bien la virtud de entender que los procesos son mejores que los resultados.

El flamenco, me dio algo que los demás no tenían, no era la habilidad de hacer un zapateo, sino la capacidad de interpretar bajo otro aire. Creó una atmosfera idónea, para cultivar mi lectura del arte, la belleza, de lo intangible. Y ya más cercano con lo cotidiano, el cultivar valiosas amistades, historias y recuerdos inolvidables.

El abordar este viaje flamenco, en aquella Estación 20, ha sido de mis mejores aciertos. Aunque sólo iba con un par de zapatos y muchas ilusiones, jamás pensé que esto se iba a convertir en la motivación de mis días, y en el menú a la carta que he saboreado desde ese momento, degustando platillos como el dulce Gelato de mi amigas, hasta el “arroz de pobre” que se volvió en mi comida favorita cuando en mi casa era lo único que había.

Entre naranjas y limones, comprendí lo efímero de la vida, que el tren del “no retorno”, algún día lo tomaremos, y que pronto nos encontraremos con aquellos a quienes queremos, mientras tanto, viajamos escribiendo un extraordinario cuento. Entendí lo bello de enamorarse y también de perder a quien se ama y lo duro que puede ser vivir, con el alma aferrada a recuerdos que se lloran más de una vez.

Viajar ligero ha sido la norma, y lo más importante y quizá de lo mejor construido dentro de este proceso de caminar flamenco, es que noches buenas y mágicas hay muchas por fortuna de todos, pero las mejores son aquellas que se viven al lado de quienes amamos, de nuestra familia la heredada y construida.

Hoy por hoy, puedo decir con certeza que no soy la misma de antes, mis zapatos ya más gastados de andar, adquirieron un soniquete de experiencia, de valor incalculable. Flamenco, ha pasado a ser de la lista de mis no negociables y aseguro, que uno de los ingredientes indispensables para darle vida a esa receta exquisita que llaman Felicidad.

Concluyo, este experimento de escribir mirando el reloj y entrando en razón de que amaneció y son las 5:00 de la mañana, y aunque no he dormido y me espera un largo día, llevo el corazón cargado de una alegría, alimentada del paseo por los recuerdos de estos casi ya seis años…

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